El lado oscuro del menú de Navidad
 El lado oscuro del menú de Navidad. Esther Vivas.
 (...) El menú de Navidad se ha globalizado. Si antes, nuestros platos 
tradicionales estaban ligados a lo que nos daba la tierra, de aquí que 
la gastronomía de cada uno de los territorios del Estado tenga sus 
propios matices, en la actualidad los alimentos viajeros, en fiestas 
navideñas y los 365 días al año, han “inundado” las cocinas.
Incorporar alimentos foráneos a la dieta no tiene nada de malo, al 
contrario. El problema, a mi entender, reside en cuando la integración 
de estos platos al menú responde más a los intereses de un puñado de 
multinacionales del sector, que consiguen dichos productos a un precio 
extremadamente bajo a partir de la explotación laboral y medioambiental,
 que a nuestro afán por la diversidad culinaria.
El caso de la piña y los langostinos, antes citados, no deja lugar a 
dudas. La mayor parte de la piña que vamos a consumir estos días de 
fiesta nos llega de Costa Rica. En concreto, tres cuartas partes de las 
que se comercializan en Europa proceden de este país, que ha doblado su 
producción en tan solo quince años, en manos de dos grandes 
multinacionales estadounidenses Del Monte y Dole. Tras tan “preciado” 
fruto, sin embargo, se esconde un rastro de explotación laboral y 
contaminación medioambiental.
Muchos de sus trabajadores, entre un 60% y un 90% en función de la 
región, son inmigrantes nicaragüenses, la mayoría sin papeles, que 
trabajan entre seis o siete días a la semana, doce horas diarias, por 
salarios de miseria que apenas les dan para sobrevivir. Los casos de 
contaminación por inhalación de sustancias tóxicas aplicadas en las 
plantaciones son frecuentes y la persecución sindical una constante.
Se calcula que el cultivo intensivo de piña necesita hasta 20 kilos 
de pesticidas por hectárea, con la consiguiente esterilización del 
suelo, pérdida de biodiversidad e impacto en la salud humana. 
Con los langostinos “navideños”, llegados de países tropicales como 
Ecuador, Honduras, Tailandia o Vietnam, se repite la historia. Su 
captura en alta mar, utilizando técnicas de arrastre, acaba con los 
fondos marinos y su “cultivo” en piscifactorías provoca la deforestación 
de bosques, contaminación de acuíferos y desaparición de ecosistemas 
costeros de alto valor como son los manglares. Su producción, asimismo, 
incluye el uso sistemático de productos químicos y antibióticos, para 
garantizar un “aspecto inmejorable”, como nos lo cuenta el vídeo de 
Ecologistas en Acción: Langostinos fuera del plato. Nosotros, los comemos alegremente. (...)


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