domingo, 20 de septiembre de 2015

El sabor del tomate

Margherita, voluntaria italiana, ha querido compartir estas líneas con tod@s l@s soci@s de HUERTA MOLINILLO. Leed con atención: ¡No tiene desperdicio!


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Esta es la historia de un emigrante que se embarca en una patera en las costas africanas y llega por fin, después de un viaje largo, difícil y peligroso a Lampedusa, en las costas sicilianas, Italia. Esta solo es la primera etapa de su viaje: como muchos de sus compañeros cruza algunas regiones del Sur, Calabria, Campania y al final se queda en la zona de la Capitanata, en Puglia, una zona conocida por la riqueza de su agricultura y la generosidad de su tierra. Aquí, y en otras zonas de Italia, cada verano llegan miles como él, por la mayoría son personas procedentes de África, Asia y Europa del Este, algunos indocumentados, llegados hace poco tiempo o residentes en el territorio italiano ya hace años. Se quedan en la Capitanata para la cosecha de los tomates, que serán procesados y exportados por toda Europa. Les llaman “los esclavos del tomate de Europa” por sus condiciones de vida y de trabajo: obligados a trabajar hasta 14 horas al día, con un salario mínimo y bajo el control de una red de jefes de bandas, “Caporali”, que les explotan y les cobran de forma excesiva por el transporte y la alimentación, sin que ellos puedan rechazarlo, por miedo de actos de intimidación y de violencia. Muchos viven en casas rurales abandonadas o en fábricas vacías, compartiendo ese espacio con muchísimos otros migrantes. A 12 kilómetros de Foggia (la tercera ciudad de la región por población) se encuentra el “Ghetto” (gueto), donde viven 1500 personas, por la mayoría africanos, dentro de chabolas hechas de cartón, plástico y a veces tablas de madera. Claramente no hay corriente ni electricidad. No se encuentran a menudo en el centro de la ciudad, viven en una zona aislada, son los huéspedes invisibles, que nadie ve y quiere ver. Por la tarde los Caporali les van buscando en el gueto, para hacer el grupo que trabajará el día siguiente. Por la mañana, más o menos a las 5, llega la furgoneta y carga hasta 20 migrantes para llevarlos al campo. Al final del día cada uno de ellos habrá cobrado 3,50 euros por cada caja de 100 kilos de tomates. Más o menos 3 euros por hora.
Bueno, ¿porque he contado en este blog la historia de los migrantes del gueto de una zona perdida en el Sur de Italia? ¿Qué tiene a que ver eso, con el tema de la agricultura, de lo biológico, del kilómetro cero? A menudo, compramos fruta y verdura que se cultiva cerca de nuestra zona para cuidar al medio ambiente, elegimos vegetales de temporada porque crecen de manera “más natural”, comemos los productos biológicos porque no tienen agentes químicos y son más saludables para nosotros y nuestras familias. Y todo eso es muy importante. Pero, para mí, elegir un estilo de consumo crítico significa también, y sobretodo, que los productos que consumimos no hayan alimentado un sistema ilegal de explotación del trabajo ni un sistema económico donde el lucro es el único objetivo. Por eso, un tomate de Huerta Molinillo o un tomate producido según criterios de respeto a los trabajadores tiene un sabor diferente, el sabor de la conciencia, de la solidaridad y de la dignidad humana.
Quería contar esta historia porque es un tema muy sensible para mí, que conozco bien, y sobre el cual no se habla lo suficiente. Puede ser un ejemplo muy claro de que solo una conciencia crítica y una “revolución” desde abajo, pueden modificar un sistema económico que vive de injusticia y explotación.

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