El sabor del tomate
Margherita, voluntaria italiana, ha querido compartir estas líneas con tod@s l@s soci@s de HUERTA MOLINILLO. Leed con atención: ¡No tiene desperdicio!
Esta es la
historia de un emigrante que se embarca en una patera en las costas
africanas y llega por fin, después de un viaje largo, difícil y
peligroso a Lampedusa, en las costas sicilianas, Italia. Esta solo es
la primera etapa de su viaje: como muchos de sus compañeros cruza
algunas regiones del Sur, Calabria, Campania y al final se queda en
la zona de la Capitanata, en Puglia, una zona conocida por la riqueza
de su agricultura y la generosidad de su tierra. Aquí, y en otras
zonas de Italia, cada verano llegan miles como él, por la mayoría
son personas procedentes de África, Asia y Europa del Este, algunos
indocumentados, llegados hace poco tiempo o residentes en el
territorio italiano ya hace años. Se quedan en la Capitanata para la
cosecha de los tomates, que serán procesados y exportados por toda
Europa. Les llaman “los esclavos del tomate de Europa” por sus
condiciones de vida y de trabajo: obligados a trabajar hasta 14 horas
al día, con un salario mínimo y bajo el control de una red de jefes
de bandas, “Caporali”, que les explotan y les cobran de forma
excesiva por el transporte y la alimentación, sin que ellos puedan
rechazarlo, por miedo de actos de intimidación y de violencia.
Muchos viven en casas rurales abandonadas o en fábricas vacías,
compartiendo ese espacio con muchísimos otros migrantes. A 12
kilómetros de Foggia (la tercera ciudad de la región por población)
se encuentra el “Ghetto” (gueto), donde viven 1500 personas, por
la mayoría africanos, dentro de chabolas hechas de cartón, plástico
y a veces tablas de madera. Claramente no hay corriente ni
electricidad. No se encuentran a menudo en el centro de la ciudad,
viven en una zona aislada, son los huéspedes invisibles, que nadie
ve y quiere ver.
Por la tarde los Caporali les van
buscando en el gueto, para hacer el grupo que trabajará el día
siguiente. Por la mañana, más o menos a las 5, llega la furgoneta y
carga hasta 20 migrantes para llevarlos al campo. Al final del día
cada uno de ellos habrá cobrado 3,50 euros por cada caja de 100
kilos de tomates. Más o menos 3 euros por hora.
Bueno, ¿porque
he contado en este blog la historia de los migrantes del gueto de una
zona perdida en el Sur de Italia? ¿Qué tiene a que ver eso, con el
tema de la agricultura, de lo biológico, del kilómetro cero?
A menudo, compramos fruta y verdura que se
cultiva cerca de nuestra zona para cuidar al medio ambiente, elegimos
vegetales de temporada porque crecen de manera “más natural”,
comemos los productos biológicos porque no tienen agentes químicos
y son más saludables para nosotros y nuestras familias. Y todo eso
es muy importante. Pero, para mí, elegir un estilo de consumo
crítico significa también, y sobretodo, que los productos que
consumimos no hayan alimentado un sistema ilegal de explotación del
trabajo ni un sistema económico donde el lucro es el único
objetivo. Por eso, un tomate de Huerta Molinillo o un tomate
producido según criterios de respeto a los trabajadores tiene un
sabor diferente, el sabor de la conciencia, de la solidaridad y de la
dignidad humana.
Quería contar
esta historia porque es un tema muy sensible para mí, que conozco
bien, y sobre el cual no se habla lo suficiente. Puede ser un ejemplo
muy claro de que solo una conciencia crítica y una “revolución”
desde abajo, pueden modificar un sistema económico que
vive de injusticia y explotación.
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